Al repipi nunca
se le vio una prenda sin marca, ni un pelo descolocado, ni siquiera una mala cara un lunes por
la mañana, cuando era conocido, que sus salidas de fin de semana, duraban la
noche entera. Llegaba estirado como el palo de una escoba y saludaba con un
“hola a todos” tan pedante que nadie contestaba. Un día nos comunicó que se
casaba, lo que originó una lista de excusas larga y divertida. Algunos la
utilizaron, otros no tuvimos valor y fuimos a la boda. Tras casi una hora
esperando a conocer a la novia del repipi , la boda se suspendió. Cogió el
micrófono y desde el altar de la iglesia, donde su broceado contrastaba con la
blanca figura de Jesucristo, dijo:
“ solo os pido que comprendáis que estar a mi altura es difícil. No la
juzguéis, estoy bien “.
Mai Raymundo
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