La vida me ha negado el rostro anciano de mi madre. Cada vez que mi memoria me lleva a su casa la veo joven, guapa, de pómulos pronunciados y ojos miel; sus manos son dulces, rápidas y talentosas para la costura y otras artes que se le quedaron en el interior. Viste una falda de pata de gallo malva y una blusa del mismo color: ¡le sienta de maravilla! Cose junto a la ventana y al verme, me mira con ternura y asiente con la cabeza aceptando mi senectud; haciendo natural que una madre contemple la vejez de un hijo.