QUIÉREME

viernes, 1 de febrero de 2013

ADIÓS A JUAN RULFO 3ª parte


En uno de los cajones del escritorio del cuarto naranja, donde yo me resguardaba de mis penas, encontré mi grabadora digital, un instrumento que,  meses atrás,  me había revelado unos hechos que me llevaron a donde estoy ahora. La grabadora fue un chivato que  me desveló sin piedad  un mundo que se me ocultaba de forma cuidadosa y canalla, un mundo qu  intuía pero que no quería aceptar.  Después de reprocharme haber olvidado la grabadora durante tanto tiempo,  no pude resistir escuchar de nuevo lo que tenía grabado. Esto era:
la casa estaba en silencio, solo se oye de lejos, casi como murmullos,  los gritos de unos niños, serían los hijos de los vecinos de al lado.  Ahora  Félix tose, parece tener dificultades para respirar. Anda de un sitio para otro, sale de una habitación, entra en otra, vuelve a salir. Carraspea fuertemente e inmediatamente dice:
-¡Hola Caniche!. ¿Qué haces?. Yo estoy aquí terminando unas cosas, me faltan unos minutos y ya. Estoy un poco mareado. No se, si me da tiempo, a lo mejor me acerco al médico.
Mientras Félix escucha lo que su interlocutor, Caniche,  le dice,  se ríe, parece que con gusto, con mucho gusto, relajadamente, como quien habla con su mejor amigo, cómplice, amante. Ha olvidado su malestar. Tras unos segundos, asiente a las sugerencias de Caniche y cuelga. Se va de la habitación, o se retira de la grabadora. Desde su nuevo sitio hace otra llamada, esta profesional. No me interesa y la paso. Dura unos tres minutos.  Seguidamente vuelve a hacer otra llamada:
 -¡Oye!, ¿has llamado a eso?.
 -Vale, vale.
 -Pues, ya he terminado. Cuando quieras.
 -Si, si. Te espero.
 -Que si. No tardes.
Otra vez Caniche. Entre frase y frase de Félix, silencios prolongados.  Caniche debe hablar y hablar y hablar.
         Después de esta segunda llamada a Caniche apagué la grabadora y me marché con un ánimo muy diferente al ánimo con el que había entrado en la casa; el toque de melancolía que me arropó cuando llegué, se cayó al suelo como si fuera una chaqueta que llevaba sobre los hombros. 

Continurará ............ 

jueves, 31 de enero de 2013

ADIÓS A JUAN RULFO 2ª parte

Estaba claro que hacía mucho tiempo que no le había dado el aire a la sábana bajera de la cama.  Dentro de la taza del water el agua había dejado unos chorritos de óxido, muestra también del tiempo que hacía que nadie había tirado de la cadena.  Las persianas dejaban entrar sólo la luz suficiente para manejarse al andar pero, después de un rato ya podías apreciar algunos detalles sin necesidad de encender una lámpara, como que faltaba una acuarela de la pared o que las cortinas habían perdido el largo que a mí me gustaba, ahora estaban a ras de suelo, le habían cogido el bajo para que, cómo es la preferncia de algunos, no arrastrasen. Sí tuve que encender la luz para hacer lo que fui a hacer, recoger algunas de mis cosas. Como no había llevado maletas eché mano de lo que encontré, bolsas de basura. Llené dos bolsas de basura con mi mejor ropa de marca, con esa que había comprado, la mayoría en rebajas, con tanta ilusión. También recuperé alguna foto familiar, varias piezas de cerámica, regalos casi todas, y algún libro, libros de esos de los que no te sirve una edición nueva, de los que te gusta conservar el primer ejemplar que llegó a tus manos porque dentro guarda también el momento en el que lo leíste. El contenido de un libro es vulnerable a las circunstancias de las personas que los leen. Un libro cambia contigo. Llevaba en la mente un nombre que no quería olvidar, el del mexicano Juan Rulfo. Me sentía bien aquellos días en los que leí Pedro Páramo y el Llano en llamas. Creía que recuperar el libro me ayudaría también a recuperar aquel bienestar.  Abrí todos los cajones de los muebles y con ellos inevitablemente se despertó mi memoria. Más de lo que esperaba.

Continuará............ 

miércoles, 30 de enero de 2013

ADIÓS A JUAN RULFO 1ª parte

                 El buzón vomitaba la correspondencia.  La pequeña puerta estaba abierta, había reventado porque no tenía capacidad para recoger las cartas de tantos días.  Lo observé durante unos segundos  y reanudé mi camino hacía la casa que estaba en el lado izquierdo del tercer piso. La pintura de las paredes de la escalera era más espesa. Supongo que la habrían pintado recientemente. No me gustaba el color, era de un amarillo pegajoso, como echado a perder. Si acerco la nariz seguro que huele a rancio, pensé.  Llegué delante de la puerta y me paré. Estaba tomando conciencia de que estaba allí. Nunca había sido tan consciente a la hora de abrir una puerta. Son cosas que casi siempre haces de forma mecánica, pero esta vez era diferente. Dentro, la casa parecía querer atrapar el ambiente de la escalera. Parecía luchar por impregnarse del mismo color y olor. Afortunadamente todavía no lo había conseguido aunque la sensación de abandono era clara. Todo estaba ordenado, excesivamente ordenado, las cosas ocupaban sitios que no le correspondían ni por costumbre ni por estética.  Quien las hubiese puesto en ese lugar demostraba que no tenía ninguna intención de crear armonía, solo  reflejaba la obsesión por un orden estricto que mis ojos veían  feo. Todo estaba en línea recta, todo demasiado estirado, todo demasiado muerto. 

Continuará.........