En uno de los cajones del
escritorio del cuarto naranja, donde yo me resguardaba de mis penas, encontré
mi grabadora digital, un instrumento que, meses atrás, me había
revelado unos hechos que me llevaron a donde estoy ahora. La grabadora fue un
chivato que me desveló sin
piedad un mundo que se me ocultaba
de forma cuidadosa y canalla, un mundo qu
intuía pero que no quería aceptar. Después de reprocharme haber olvidado la grabadora durante
tanto tiempo, no pude resistir
escuchar de nuevo lo que tenía grabado. Esto era:
la casa estaba en silencio,
solo se oye de lejos, casi como murmullos, los gritos de unos niños, serían los hijos de los vecinos de
al lado. Ahora Félix tose, parece tener dificultades
para respirar. Anda de un sitio para otro, sale de una habitación, entra en
otra, vuelve a salir. Carraspea fuertemente e inmediatamente dice:
-¡Hola Caniche!. ¿Qué haces?. Yo estoy aquí terminando
unas cosas, me faltan unos minutos y ya. Estoy un poco mareado. No se, si me da
tiempo, a lo mejor me acerco al médico.
Mientras Félix escucha lo
que su interlocutor, Caniche, le
dice, se ríe, parece que con
gusto, con mucho gusto, relajadamente, como quien habla con su mejor amigo,
cómplice, amante. Ha olvidado su malestar. Tras unos segundos, asiente a las
sugerencias de Caniche y cuelga. Se va de la habitación, o se retira de la
grabadora. Desde su nuevo sitio hace otra llamada, esta profesional. No me
interesa y la paso. Dura unos tres minutos. Seguidamente vuelve a hacer otra llamada:
-¡Oye!,
¿has llamado a eso?.
-Vale,
vale.
-Pues, ya
he terminado. Cuando quieras.
-Si, si.
Te espero.
-Que si.
No tardes.
Otra vez
Caniche. Entre frase y frase de Félix, silencios prolongados. Caniche debe hablar y hablar y hablar.
Después de esta segunda llamada a Caniche
apagué la grabadora y me marché con un ánimo muy diferente al ánimo con el que
había entrado en la casa; el toque de melancolía que me arropó cuando llegué,
se cayó al suelo como si fuera una chaqueta que llevaba sobre los hombros. Continurará ............