Estaba claro que hacía mucho tiempo que no le había dado el aire a la
sábana bajera de la cama. Dentro
de la taza del water el agua había dejado unos chorritos de óxido, muestra
también del tiempo que hacía que nadie había tirado de la cadena. Las persianas dejaban entrar sólo la
luz suficiente para manejarse al andar pero, después de un rato ya podías
apreciar algunos detalles sin necesidad de encender una lámpara, como que
faltaba una acuarela de la pared o que las cortinas habían perdido el largo que
a mí me gustaba, ahora estaban a ras de suelo, le habían cogido el bajo para
que, cómo es la preferncia de algunos, no arrastrasen. Sí tuve que encender la
luz para hacer lo que fui a hacer, recoger algunas de mis cosas. Como no había
llevado maletas eché mano de lo que encontré, bolsas de basura. Llené dos
bolsas de basura con mi mejor ropa de marca, con esa que había comprado, la
mayoría en rebajas, con tanta ilusión. También recuperé alguna foto familiar,
varias piezas de cerámica, regalos casi todas, y algún libro, libros de esos de
los que no te sirve una edición nueva, de los que te gusta conservar el primer
ejemplar que llegó a tus manos porque dentro guarda también el momento en el
que lo leíste. El contenido de un libro es vulnerable a las circunstancias de
las personas que los leen. Un libro cambia contigo. Llevaba en la mente un
nombre que no quería olvidar, el del mexicano Juan Rulfo. Me sentía bien
aquellos días en los que leí Pedro Páramo y el Llano en llamas. Creía que
recuperar el libro me ayudaría también a recuperar aquel bienestar. Abrí todos los cajones de los muebles y
con ellos inevitablemente se despertó mi memoria. Más de lo que esperaba.
Continuará............
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