QUIÉREME

jueves, 18 de diciembre de 2014

VICKI GADEA JEDDAH

     Vicki y Gadea se conocieron en un avión. Volaban de Madrid a Jeddah. Y dice Gadea que el viaje se le hizo cómodo y rápido. Y que esos dos adjetivos sirven para definir todos los ratos, que a partir de entonces, Gadea ha pasado con Vicki. Según Gadea es cómodo estar con Vicki porque te da lo mejor de ella: te da su mejor conversación, su mejor sonrisa, su mejor actitud y su mejor café. Dice Gadea que Vicki elige a quien obsequiar con su compañía pero que, hay personas a las que no elige y también se la da, porque cree que es lo correcto.  Hay momentos en los que se hace muy evidente que no todos somos iguales, y que no todos estamos dispuestos a dar continuamente, ciertas cosas como tiempo y paciencia. Vicki regala a la gente estas cosas en un grado muy superior a la media, y quizás por eso, a veces, se siente cansada, decepcionada, pero no más que la media, porque su naturaleza es fuerte y generosa. Y contra la naturaleza no se puede luchar.  Según Gadea, todo esto hace que el tiempo que pasas con Vicki, vuele.
   Gadea, por su parte, me cuenta que hay momentos en los que siente que no está a la altura de Vicki pero que, aún así, nunca se siente incómoda con ella. Esto lo da el hecho de que comparten unas bases de vida, de forma de pensar,  que las une por encima de otras muchas diferencias.
   Y luego está Jeddah, una ciudad extraña y difícil que para ellas es, y será, otro punto de unión. En Jeddah es donde se ven, donde charlan, donde toman café y donde sus hijos están creciendo. Según Gadea siempre agradecerá a Jeddah haberle presentado a Vicki. Dice Gadea que Jeddah es como esa conocida a la que nunca prestaste atención. Esa conocida que incluso veías fea y desastrosa, y un día, descubres que eres muy importante para ella, que te quiere más de lo que imaginabas. Y entonces empiezas a descubrir sus virtudes, cualidades que siempre estuvieron ahí pero nunca te paraste a observar.   

martes, 16 de diciembre de 2014

EL CHIPIRÓN

    Anoche soñé que me daban un premio. Estaba sobre un estrado y enfrente tenía un atril. A mi izquierda, el presidente de todo aquello, se aproximaba a mí, sosteniendo una almohadilla de terciopelo negro, sobre la que descansaba mi premio. Cuando llegó a mi lado, yo, con un estupendo vestido y un peinado casual de peluquería, veo, que lo que traía el señor presidente encima de la almohadilla, era un chipirón, muerto y limpio. Se suponía que yo lo tenía que coger con mis manos, pero no podía. Me quedé estupefacta. El señor presidente me pedía con su mirada que lo cogiera, y yo, miraba a él, al chipirón y al público, atónita,  porque parecía que nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando: ¡un chipirón no es un premio!. Un chipirón es una cosa que alguna vez estuvo viva en el mar y algunas especies, como la humana, se lo comen frito o en salsa de tomate. ¡Un chipirón no es un premio!
     De repente, un ágila baja volando del cielo, agarra al chipirón con sus garras,  y se lo lleva, marchándose por donde había venido. ¡Que alivio! ¡Algo de cordura en esta situación !, pensé. Me libré de recoger el premio. Y el señor presidente empezó a ponerse histérico por el imprevisto que ,según él, arruinó la ceremonia, y según yo, me salvó de hacer lo que no quería hacer. Con cara de felicidad, le decía: no se preocupe, me doy por premiada, estas cosas pasan. ¿ Quien iba a pensar que un ágila nos robase el premio? El público, en pié exclama: ¡¡¡ohh!!!, ¡ohhh!! La entrega de premios se dió por concluida y me fuí, con ese cierto sentimiento de soledad,  que te da la certeza de que todos, menos tú, estaban equivocados. Todos, menos yo, parecían convencidos de que un chipirón era un premio estupendo. ¡Allá ellos! ¿Que podía hacer?