QUIÉREME

viernes, 16 de septiembre de 2022

EL SENTIMIENTO DE LOS DOMINGOS POR LA TARDE


Camino por la acera derecha de Fuencarral, hacia Gran Vía. Ninguno de los numerosos reclamos que hay en esta calle me estimulan; me son indiferentes sus tiendas de ropa que antes tanto me atraían; los restaurantes, las cafeterías, las zapaterías, la tienda de jabones, de bisutería, me resultan inapetentes. ¿Soy yo, o son esos negocios los que han cambiado, tanto, cómo para que hablemos idiomas tan distintos? Caminar por la calle Fuencarral ahora me produce ese sentimiento que antes sentía los domingos por la tarde; esa sensación de no poder hacer nada de lo que quería hacer porque todo estaba fuera de mi alcance, y a fuerza de renunciar una y otra vez, se me quitaron para la siempre las ganas de hacer esas cosas con las que soñaba; ahora, el sentimiento de los domingos por la tarde, lo puedo sentir cualquier día de la semana, por la mañana, por la tarde o por la noche. Ahora, muchas veces, más de las que quisiera, siento esa melancolía de los domingos por la tarde, esa vaga y persistente tristeza que tira de mí, que me arrastra y me deja tumbada en la cama, sin fuerzas, sin ganas y hasta sin sueños. Esa vaga pesadumbre la siento como un fantasma, como una sombra que llevo detrás o a un lado, amenazando constantemente con ponerse delante, con cortarme el paso. Antiguamente llamaban a esto atrabilis, nombre que me parece más apropiado por ser más feo. La melancolía tiene un tinte romántico que la puede hacer atractiva, cuando no lo es en absoluto. Atrabilis define mejor el sentimiento de los domingos por la tarde porque es un nombre muy feo y no deja hueco para ninguna acepción bonita.