QUIÉREME

martes, 22 de marzo de 2016

SOMETIDAS Y CONSENTIDAS

     Hace un rato iba junto a mi amiga Gadea, andando, a comprar una barra de pan al supermercado. Por la calle principal de la urbanización, condominio o compaund donde vivimos, nos cruza un carrito de esos que se suelen ver en los campos de golf. Lo conducía un chico filipino y trasladaba a una mujer saudí, a juzgar por su apariencia: abaya negra, pelo tapado, destacadamente maquillada y gafas de sol grandes y con adornos dorados como las que suelen usar las mujeres saudís, y en España, ese grupo de mujeres pijas que tambien acostumbran a usar ropa con estampados "animal print", que no es lo mismo que telas con estampados de animales, cuidado. Gadea, que mira de reojo el cuadro, comenta: "dicen que las mujeres aquí están sometidas, lo que están son consentidas".
    No, no se trata de un comentario vano ni insensible. Una mujer saudí se sienta en la pescadería a esperar su turno. Toma asiento en la tienda de telas, delante del mostrador, mientras al otro lado, el dependiente desenrolla piezas y piezas de tela ante sus ojos, con la esperanza de que se decida pronto por alguna. Si trabajan en una tienda, esperan a que un hombre mueva las cajas que quizás solo contengan bragas, en ningún caso plomo o ladrillos. Si estás en la cola de la caja de HyM, ándate con atención, porque la que más tapada esté, ésa se te va a colar, porque esperar no está en su patrón de conducta, ella tiene que ser atendida en el momento en que lo desee. A veces, parece como si las máscaras las despojasen de las más mínimas reglas de educación, como si les proporcionasen inmunidad para la grosería.
    A una mujer saudí le regalan oro desde el día en que nace. Cuando se casa recibe una dote de 100 mil reales, es la cantidad más común y equivale a unos 30 mil euros. El oro y la dote son exclusivamente para ella, son su patrimonio,  porque el marido está obligado a darle casa y proporcionarle todo lo que necesite. Una mujer saudí de clase media tiene sirvienta, chofer, visita a menudo los salones de belleza. Y todo bajo la mayor justificación que puede haber, la religión y la costumbre que deriva de la religión; el hombre tiene que darle dinero y ella tiene que estar arreglada y guapa porque el matrimonio es sagrado y así tiene que ser.
  Hay madres saudís con hijos estudiando en Estados Unidos que se debaten entre buscar una nuera saudí o esperar a que sus hijos escojan una extrajera. A favor de éstas últimas alegan que son menos caprichosas y exigen menos a los maridos. 
Una mujer saudí no sale corriendo del trabajo para recoger a los niños, hacer la compra, preparar la comida, la cena, hacer la colada y, al día siguiente, vuelta a empezar, y sin tiempo para arreglarse el pelo o las uñas.
     Las mujeres en Arabia se dejan consentir.