El buzón vomitaba la correspondencia. La pequeña puerta estaba abierta, había reventado porque no
tenía capacidad para recoger las cartas de tantos días. Lo observé durante unos segundos y reanudé mi camino hacía la casa que
estaba en el lado izquierdo del tercer piso. La pintura de las paredes de la
escalera era más espesa. Supongo que la habrían pintado recientemente. No me
gustaba el color, era de un amarillo pegajoso, como echado a perder. Si acerco
la nariz seguro que huele a rancio, pensé. Llegué delante de la puerta y me paré. Estaba tomando
conciencia de que estaba allí. Nunca había sido tan consciente a la hora de
abrir una puerta. Son cosas que casi siempre haces de forma mecánica, pero esta
vez era diferente. Dentro, la casa parecía querer atrapar el ambiente de la
escalera. Parecía luchar por impregnarse del mismo color y olor.
Afortunadamente todavía no lo había conseguido aunque la sensación de abandono era
clara. Todo estaba ordenado, excesivamente ordenado, las cosas ocupaban sitios
que no le correspondían ni por costumbre ni por estética. Quien las hubiese puesto en ese lugar
demostraba que no tenía ninguna intención de crear armonía, solo reflejaba la obsesión por un orden
estricto que mis ojos veían feo.
Todo estaba en línea recta, todo demasiado estirado, todo demasiado muerto.
Continuará.........
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