Me sentí
segura y fuerte. Agarré con prisas
las bolsas de la basura y algunas otras de papel más pequeñas, todas llenas
hasta los topes, y me marché. Con energía. ¿Cómo puedo dudar a veces?, ¿cómo puedo echar de menos esa cama,
esas cortinas, esos muebles, esas paredes, si todo pertenece a la misma
historia ?, todo forma parte del mismo mundo, del mundo que me estaba provocando
un cáncer emocional. Bajé las escaleras casi con euforia.
Cuando llegué al coche me asaltó la duda de si había apagado todas las luces,
estuve un rato entre el si y el no. Al final decidí volver a subir. Y si, la
duda era fruto de la situación, de los altibajos emocionales, todo estaba
apagado, todo estaba en su sitio.
Me fui a
casa, a mi nueva, confortable y acogedora casa. Mientras conducía me sentía con
ese bienestar que le quita peso a tu cuerpo. Con esa agradable sensación de liviandad llegué a la que desde
hacía solo un par de meses era mi nueva casa. Una casa distinta completamente,
tan distinta por dentro como por fuera.
Era amplia, me proporcionaba
el espacio suficiente para aliviar el ahogo permanente del que venía.
Desde que estaba allí, nunca me
volvió a faltar el aire para respirar como me pasaba con demasiada frecuencia
antes. Cuando me faltaba el aire
en presencia de alguien me decían que había sido un ataque de nervios , en el
mejor de los casos, de ansiedad me
decían otros. Esto dependía del grado de amistad que tuvieran conmigo. Luego me
aconsejaban que fuera al médico, como si fuera tan fácil encontrar un médico
que te escuche . Todos los días
me sorprendía el paisaje tan distinto que me ofrecía el gran ventanal del salón
de mi nueva casa: torres de viviendas altas, separadas las unas de las otras
suficientemente como para dejar ver el cielo, por la noche era negro como yo
nunca había visto antes. Pero la vida de la zona lo compensaba. Al lado de ese
ventanal comía y escribía.
Continuará.................
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