Gadea abrió uno
de los ciento cincuenta embalajes que el camión de la mudanza dejó en el salón
de su nueva casa. Dentro de ese envoltorio, abierto al azar, encontró tres fotos y una cajita de madera pintada color azul celeste. Eran la foto de su
madre, muerta joven y bellísima, la foto de un trabajo lleno de promesas, y la
de un falso amor, mentiroso, que le descontroló la brújula y le indicaba
norte cuando quería decir sur. La caja contenía quinientos recortes de papel,
con forma de labios, color carmín. Leves como “el ser” y poderosos como un arma de fuego que puede quitar la vida, dispararon una bala de
plomo contra las fotos. Y se murieron las dudas.
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