QUIÉREME

domingo, 23 de noviembre de 2014

LOS CUADERNOS DE GLORIA

  Dice Gadea que, a veces, vivimos engañados con algo, durante mucho tiempo, puede ser incluso, que durante toda la vida. Una traición, tarde o temprano se sabe, una puñalada por la espalda tiene las horas contadas para salir a la luz, una infidelidad, acaba descubriéndose. Pero hay cosas que se instalan en tu cabeza como una verdad absoluta y, si nadie te informa de que estás equivocado, es probable que nunca te des cuenta.
  Según Gadea, todos tenemos amigos, es lo más común, siempre y cuando no tengas algún trastorno mental grave, claro. Todos vivimos con el apoyo de nuestras amistades, independientemente de que esa amistad pueda tener, además, otra relación contigo como pareja, o padre, o hermano, o vecino. Son personas en las que confías absolutamente, personas que conoces de toda la vida o de hace poco tiempo. Pero, tanto a unas como a otras, crees conocerlas bien, o al menos, lo suficiente. Y entonces, cuando en un momento determinado, descubres que lo que habeís vivido juntos no es lo mismo para ti que para ella, te sorprendes. Y te reprochas: ¿cómo no tuve los ojos más abiertos?
  Me cuenta Gadea que su amiga Gloria siempre fue una señora, cuando tenía quince años y ahora que tiene 62. Gloria pasó la mayor y mejor parte de su vida en la casa donde crecieron sus hijos. Durante algunos años su madre, viuda, vivió con ellos, durante algunos años más, también bajo el mismo techo, estuvo su cuñada, soltera. Gadea y su cuñada aprendieron a quererse y lograron hacer un equipo casi perfecto. Los hijos de Gloria tenían el cuidado, el cariño y las atenciones culinarias de dos madres. ¡Ideal! Por las tardes, el patio manchego rodeado de apidistras, era testigo de sus conversaciones: nunca escuchó una queja que trascendiera los asuntos domésticos, ni un reproche que no tuviera que ver con las discusiones cotidianas. Y las preguntas que cualquiera se haría, quizás nunca se las hicieron directamente o quizás, y es lo más probable, ella no contestase con sinceridad. La cuñada de Gloria murió. Y una tarde,  sin motivo aparente, Gloria dejó su lectura y empezó a buscar en las innumerables cajas que guardaba en el trastero. Recuerdos aparcados en su memoria empezaron a saltar, a escapar con brío, como si hubiesen estado atrapados en una jaula. Pensó dejar de buscar pero, cuando estaba a punto de desistir, se topó con unos cuadernos que llamaron su atención porque no los reconocía. Claro, nunca antes los había visto. Gloria dejó todo desordenado y se bajó a su rincón de lectura. Dos días estuvo leyendo y releyendo las notas de su cuñada. Y hasta ahora sigue sin comprender cómo pudo vivir tantos años con una desconocida.


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