Dice Gadea que el relato de una amiga la excitó como hacía tiempo. Y si, la creo, porque la conozco y es una persona peculiar en sus relaciones con los hombres. Dice Gadea que la amiga le contó que estaba preocupada por las notas de su hijo y concertó una cita con el profesor. Hablaron del niño y de otras cosas que podrían estar afectando al crío. En un momento de la conversación la amiga confesó al profesor que atravesaba un mal momento. Y el profesor dejó su silla y se sentó en el borde de la mesa, frente a ella. Le acaricio la cara a modo de consuelo, después la besó. La poca resistencia de la amiga animó al profesor a acariciarle el pecho, los muslos .......El teléfono interrumpió la escena. Pasaron unos días y el profesor, ya más interesado por ella que por el niño, la llamó. Los dos estaban interesados en terminar aquello que empezaron y así lo hicieron. Y la amiga contó a Gadea, con pelos y señales, como fue la experiencia. Dice Gadea que esta historia, especialmente cargada de erotismo, le ha hecho pensar en la relación que su amiga tiene con los hombres. Y ahora que lo ha pensado, asegura que su amiga calla mucho más de lo que cuenta. Y situaciones que antes había descrito como naturales ahora, puede ajustar más el adjetivo y sabe que eran seducciones. Gadea recuerda palabras, escenas, gestos, composturas, expresiones corporales de un contínuo y constante juego de seducción. Siempre ha sido así, discreta y sutilmente seductora. Y lo más curioso, sin provocar envidias en otras mujeres que no la ven como rival porque su aspecto y su físico son sencillos.
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