QUIÉREME

lunes, 17 de febrero de 2014

S/T

    Vivo en un país con muchas virtudes y con algunos defectos, uno particularmente feo: el desprecio. La gente de mi país desprecia a la gente de otros países, la comida, la música, el paisaje, el clima, cualquier cosa que venga de un centímetro más allá de sus límites. Estos límites no coinciden, casi nunca, con los límites legales o administrativos. Generalmente se trata de acotaciones personales, subjetivas y sin sentido. Mi país es un país pobre e ignorante y desprecia la cultura y la educación. Es un país ambicioso, y desprecia los métodos productivos y el ocio. Teniendo en cuenta estas dos características será más fácil entender la práctica del desprecio. Las gentes de mi país han practicado tanto tiempo y tan amenudo esa actitud, que han desarrollado un habla cuyas características  principales son: el arrastre de las palabras, una pronunciación vaga, un volumen suficientemente alto como para dañar los oídos y utilizar siempre la ironía.
      Luego está ese desprecio por las pintas de las gentes, por las gentes libres que saben hacer lo que quieren, por las gentes que dicen lo que piensan. Lo política y católicamente correcto tiene un valor extraordinario para ellos. Ahí no saben ver la mentira. Ni saben ver la verdad en lo no convencional. "Las cosas son así porque siempre han sido así".  Amén. ( Este amén es irónico, por supuesto ).

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