Hubo una época en la que, como producto de la ignorancia e inmadurez, pensaba que nuestro sistema de vida era así porque sí, porque siempre había sido así, porque era algo inamovible, no transformable, porque era una organización que se parecía al ABSOLUTO: total, tajante, universal, invariable, el impenetrable todo.
El sistema establecía que los pobres tenían que ganar el pan con el sudor de su frente (como sentenciara el Dios cristiano hace 2000 años), que los ricos no darían palo al agua (esto creo que no lo sentenció ningún dios sino que, se pensaba que eran sencillamente descendientes directos de Dios. Al menos ellos lo pensaban así y claro, actuaban de tal forma). Los ricos parecía que sabían más cosas que los pobres porque los más inquietos pasaban algunas horas de su ociosidad leyendo, escuchando música y cosas por el estilo. Y los que no, simplemente lo parecían por su expresión corporal y por el acento de su habla. Entonces, parecían más sabios y sobre todo, más refinados (esto sin duda porque nunca se manchaban las manos, aunque ¿quién no conoce a algún pobre que parece que hubiera nacido en la casa de Don Lucio?).
Luego, con el tiempo, ¡descubres América!: resulta que en nuestra forma de vida no hay intervención divina alguna, nos engañaron; vivimos como vivimos como consecuencia de las grandes diferencias que hay entre nosotros, los hombres (entendiendo el termino HOMBRE como individuo de la especie humana, hombre y mujer, y por supuesto a todos aquellos hombres que se sienta otra cosa o incluso estén tristes y tengan asiendad, aunque esto es otro tema). Particularmente hay una característica humana que crea esa situación y a la que denominamos comúnmente inhumana pero que si lo pensamos bien es muy muy humana y la poseen en todos los continentes: el ansia de dominar a los demás, de tener poder sobre los otros, de hacerlos esclavos. Y para ello hacen lo indecible por hacer a los otros mansos y tontos y por supuesto, si es necesario emplean armas de todo tipo, incluso unas con las que se cae la piel a cachos.
En los últimos siglos, al gran grupo de hombres con ansia de poder, a los que podríamos llamar inhumanos o simplemente cerdos, se le han ido sumando políticos, empresarios, religiosos, banqueros, especuladores y hasta simplemente matones. Antes se creían descendientes de Dios y ahora juegan a serlo. (Se encontrará varios ejemplos en las portadas de los periódicos de estos días).
Posdata: creo que ha habido y hay mucha gente que por la noche se tiene que tronchar de risa al recordar todas las mentira que ha contado durante el día. Me imagino, por decir algo, a Luis XVI, con su peluca, sus zapatos de tacón, entrando a un impresionante dormitorio y mientras empieza a desnudarse, a desmaquillarse, según va apareciendo su verdadero cuerpo, su verdadera cara, ríe y ríe por todo lo que domina. O quién sabe, puede que no fuera feliz. Y de todas formas acabó muy mal. Bueno, lo dejamos aquí.