Una vez, en la calle Gran Vía de Madrid, me encontré con una conocida, una ex colega para mas señas. Resultó ser un encuentro incómodo: yo creo que fui natural, pero era más que evidente, que ella estaba incómoda. Me transmitió tan mala onda que, nada más irme, nada más decir adiós, me arrepentí de haberle sonreído durante el breve tiempo que la tuve delante. Solo merecía mi desprecio, pensaba. ¿Por qué le he sonreído? Tomé la determinación de poner cara de perro cada vez que me encontrara con "personas de ese tipo", con personas a las que sé que no les caigo bien y que coincide, como es natural, con que tampoco ellas son de mi agrado. Estaba segura de que en situaciones así, lo correcto era mantenerte seria y con las mínimas palabras posibles.
Pues no es así. Ahora puedo asegurar que no, que lo mejor es sonreír. Si es a un amigo, perfecto -esto no merece explicación- y si es a un enemigo, también es perfecto. Sonreír al enemigo produce en él una sensación de inestabilidad, de confusión, de intranquilidad; se pone nervioso y eso provoca que el encuentro sea breve, algo que ambos deseamos. Pero es que además, la sonrisa también disuade al miedo. Compruébalo:
-cierra los ojos,
-piensa en algo que temas,
-esboza una sonrisa, aunque sea tenue tipo Monna Lisa.
-Ahora ¿ves cómo eso a lo que temías te desvanece?
Funciona siempre. No tengas miedo a parecer estúpida, sonríe. Y no tengas miedo a nada porque puedes vencer cualquier miedo, el que sea, SONRIENDO.
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