QUIÉREME

domingo, 20 de diciembre de 2020

AL OTRO LADO DE LA PUERTA

Tengo los ojos cerrados. Los abro. Enfrente hay una puerta. Me acerco, inclino la espalda, miro por el ojo de la cerradura y ahí está el futuro. Estoy sentada en una silla electrónica frente a un ordenador. Las manos las reposo sobre una almohada que llevo en el regazo. Las miro y muevo ligeramente los dedos. Es todo lo que puedo hacer con ellas así que las animo a que espabilen y recuperen cuanto antes sus habilidades, esas que me permiten echarme un bocado a la boca, beberme un trago de agua, rascarme la nariz, darme un brochazo de colorete o ponerme las gafas para que sea innecesario agrandar la letra y ver lo que escribo. En la página virtual estampo una letra tras otra. Las elijo con un ratón que manejo con la barbilla. Intento leer más abajo, saber qué pone en los párrafos siguientes pero están en blanco. La hoja se va rellenando poco a poco, carácter tras carácter. Se me hace imposible adivinar lo que escribiré.

Cierro los ojos. Los vuelvo a abrir y de nuevo miro al otro lado de la puerta que se halla frente a mí en busca de mi futuro. Estoy acostada en la cama de un hospital. Me siento tranquila. Dos personas vestidas con uniformes blancos me apartan la sábana que me cubre y me lavan con una esponja y jabón. Me quedo cubierta de una espuma suave. Una toalla áspera como una lija me raspa la piel y acaba de golpe con la agradable sensación del lavado. Es ahora cuando tomo consciencia de mi estado: estoy atrapada en un cuerpo al que apenas reconozco y que va recuperando movilidad lentamente, tan despacio que a veces rozo el límite de la paciencia. En ocasiones me sitúo tan cerca de esa frontera que puedo oír mis gritos y sentir brotar mis lágrimas. Mi cara, mi pelo, mis manos, todo está raro. Reconozco que llegué a esta situación poco a poco, día tras día, semana tras semana, año tras año. Y luego, de repente, sucedió. Así ocurren todas las cosas.

Si ese es el futuro, entonces, quiero volver al presente.

Es otro día. Vuelvo a mirar por el ojo de la cerradura de la misma puerta. Reparo en algo que hay al fondo. Creo que siempre ha estado ahí pero me había pasado inadvertido hasta ahora. Presto atención, ¿qué es? Imposible discernir entre esa neblina. Todo esfuerzo es vano, así que desisto y echo la mirada a la izquierda. Observo que estoy cerca de una mesa sobre la que hay una bandeja. La bandeja contiene un bol con gazpacho, un plato llano con pescado blanco cocido, un melocotón duro y un chusco de pan. Alguien me da de comer. Me cuesta mover la comida dentro de la boca. Mis manos reposan sobre la almohada. Termino de comer y me acuestan. Siento alivio. Me doy cuenta de que estoy cansada. Caigo en un sueño hondo y grato.

Es un nuevo día. Hoy he olvidado en qué lado de la puerta estoy, ¿dentro o fuera?, ¿en el presente o en el futuro? Voy al gimnasio. Pedaleo en una bici estática, si me fallan las fuerzas la máquina me mueve. A la izquierda hay un enorme ventanal, detrás, árboles, y un camino que lleva al río. El agua está verde y serena, inmóvil, pareciera que solo yo me muevo, que soy la única parte viva del paisaje.

Despierto. No sé qué día es hoy, ¿miércoles o jueves?, ¿2, 3? No sé. Es septiembre, eso seguro. Calculo que voy camino de ocho meses en el hospital. Le doy vueltas a ese pensamiento. Se me viene a la cabeza una canción de Sabina :
-¿Quién me ha robado el mes de abril?

-¿Cómo pudo sucederme a mi?

 -¿Quién me ha robado el mes de abril ? 

-Lo guardaba en el cajón

-Donde guardo el corazón.

¿Quién me está robando todos estos meses? Me temo que el azar, o puede que el ladrón sea yo mismo. Cierro los ojos.

El otro lado del ojo de la cerradura me ofrece hoy una sonrisa en mi cara. Es una sonrisa sincera, relajada, intensa, de esas que pueden con todo. Ahora puedo ver con claridad lo que ayer era borroso. Lo que intuía en la pared de enfrente es, claramente, otra puerta. Me acerco, miro. Y detrás, también estoy yo. Ahí llevo la misma sonrisa. Mi cuerpo se parece más al que recordaba. Estoy de pie, seguro, fuerte, en paz. En la pared de la izquierda puedo leer en letras grandes y rojas la palabra DESEO. En la pared de enfrente, en verde, ESPERANZA, y en la derecha, en azul Klein, PERSEVERANCIA. A mi espalda, oigo cerrarse la puerta con llave. Desaparece. ¿Qué me importa? Ni puedo ni quiero volver allí. Me quedo aquí. Elijo este cuarto. 


martes, 15 de diciembre de 2020

CONFIANZA

 Hay un Árbol y Viento.

¿Pelean?, ¿bailan? o 

¿es un juego?

Yo no sé lo que pasa 

ahí afuera. Veo una cosa y 

la contraria, moverse, pararse,

rendirse, rebelarse. 

Se caen y se levantan. 

Crecen, se derrumban, y sanan. 

Sin un orden hay un muro ante mí, 

me falta el sosiego de la razón.

Si veo el Sol y luego la Luna,

 me siento parte de Esto

pero, no hay consuelo. El alivio

solo llega cuando confío.


viernes, 11 de diciembre de 2020

MARITA

  Marita murió en su casa de Santa Cruz de la Sierra el 13 de enero del 2020. Ese mismo día, el 18 del mes Yumada al-Wula de 1441, yo ingresé en un hospital de Riad. Días después, en medio de mis alucinaciones y bloqueo físico, vi a Rami, el marido de Marita, que venía a visitarme a la UCI. Entraba y se sentaba frente a mí como en un taburete de bar. Apoyaba los brazos en la barra, que era el mostrador de enfermería, y me miraba. Yo le decía mentalmente: ya sé, ya sé lo que vienes a decirme. Así fue como supe que mi amiga había muerto. 
  Marita, según su pasaporte María Leonor Roca Chávez, era pura energía. Era intensa, generosa. También era ocurrente y perspicaz. Tanto, que resultaba chistoso que su marido la llamase, bebé. Ella lo llamaba príncipe, palabra que no hacía más que resaltar la sencillez y humildad de Rami. La primera vez que les oías llamarse así, era como presenciar una escena íntima. La segunda, te sentías parte de la familia. Era una de sus virtudes.
  En aquellos días de enero mi conexión con ella se elevó y se hizo más estrecha. Después de ver a Rami imaginé a Marita, por encima de mi, sonriente y diciéndome: ¡vamos niña Sol! ¡vamos!. Hoy, aún lo recuerdo como si fuera real.


lunes, 7 de diciembre de 2020

La bombilla

  Subo la escalera. Desenrosco la bombilla y......se me escurre de entre las manos. Cae al suelo y se hace añicos. Trocitos de cristal fino y transparente se esparcen por el suelo de la habitación. Estoy a penas un metro por encima y parecen insignificantes pero, cuando eran uno, iluminaba con intensidad. A penas un metro de distancia me da la suficiente perspectiva para advertir la delgada línea que separa lo frágil de lo resistente, lo bello de lo triste, la luz de la sombra. Su fragilidad se ha revelado en tan corto período de tiempo que me parece cruel. Es cruel. El inventor del tiempo tuvo que ser alguien despiadado. Quizás brillante pero, sin duda bárbaro. ¿Cómo si no dejaría, que algo que luce, pueda convertirse en pedazos en un segundo? 

 Barro los cristalitos y los echo a la basura. Un suave rayo de sol entra al cuarto por una rendija de la persiana. 

sábado, 7 de noviembre de 2020

CONTIGO, AMOR

 Durante diez años he estado remando en una dirección.

En los últimos seis meses intenté corregirla pero,

me faltó tiempo.

Ahora que he sacado la cabeza del agua,

que puedo respirar,

ahora que casi estoy fuera del océano espero

remar en la dirección correcta.

Ojalá y esa parte de mi que no controlo sepa 

que ya no tengo tiempo para grandes desviaciones.

Desde hoy solo quiero tomar el sol y

cargarme de energía contigo, amor. 

jueves, 5 de noviembre de 2020

THE DOORS

William Blake:  "If the doors of perception were cleansed, every thing would appear to man as it is: infinite". 

¿Saben los poetas lo que los científicos tardan años y años en averiguar?

jueves, 20 de agosto de 2020

El principio

 Poco a poco fue sucediendo algo.

Y de repente, 

sucedió.

Así fue como pasó,

como pasan todas las cosas.